Era el medio día de un caluroso martes de verano, las calles de la ciudad explotaban, ni un alma más cabía en las veredas del centro de Córdoba.
La puntualidad no es un don con el cual el señor me haya bendecido, pero en ocasiones, sobre todo cuando estoy muy ansioso, suelo ser el primero en llegar. Como ese medio día de verano en el que 20 minutos antes de la hora acordada ya me encontraba en la vereda del bar donde tenia que verla.
Este no era un bar cualquiera, era el bar donde había visto el brillo de sus ojos por primera vez, donde la música de su voz no se demoro demasiado para enamorarme, donde la suavidad de sus manos tocaron la tersidad de mi vida, donde conocí a la mujer más hermosa del mundo.
Entré al bar, no estoy seguro porque pero trate de ubicarme en la misma mesa de aquella primera vez, y de seguro que no era la misma mesa ni la misma ubicación pero esos son detalles que los enamorados no consideran.
Se acerco el mozo a ofrecerme sus servicios a lo que respondí con esa frase de película que todos usamos en algún momento de nuestras vidas: - Gracias, estoy esperando a alguien. Mire el afuera del bar tratando de encontrarla a ella mientras a mi cabeza venia su rostro, su cuerpo, e innumerables recuerdos una y otra vez.
Hay relaciones, como esta, en las que nunca termino de entender porque acaban pero supongo que tiene que ver con la incapacidad para ceder de las partes. Pero ahora estaba dispuesto a todo, ¿qué no harías por la mujer más hermosa del mundo?.
La hora se acercaba y comencé a ensayar mis palabras, no era muy complejo lo que tenia para decir, simplemente que era la mujer con la que pretendía pasar el resto de mi vida y que estaba dispuesto hacer lo necesario para que eso ocurra.
Faltaban dos minutos, pude sentir como se me secaba la boca, levante la mirada y ahí estaba, más hermosa de lo que la recordaba, con esa inmensa sonrisa y con un brillo extra en sus ojos,
Hacía un año que no la veía, y lo primero que me dijo es que estaba embarazada.
